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Jon Bilbao

No habían dado todavía las siete de la mañana cuando Gorka ya estaba despierto, hoy comenzaba su nueva vida, los nervios no le dejaban levantarse, su cuerpo no respondía, estaba tan muerto de miedo que ni tan siquiera sabía dónde estaba.

Su ciudad era una de las más grandes del país y Gorka a sus 16 años había pasado a formar parte del grupo de las dos vías. Así se llamaba este viaje que todos los jóvenes que cumplían 16 años tenían que realizar a lo largo de un día y que acabaría con la llegada a un destino incierto que solo estaría predestinado por las decisiones que tomara.

El programa era sencillo, se creaban grupos de 10 jóvenes y se les introducía en un vagón de tren, este tren viaja sin cesar durante 24 horas y al final del trayecto estaría decidido el resto de sus días.

Gorka ya estaba en el vagón que le habían asignado, junto con otros nueve jóvenes a los que no conocía, todos se miraban recelosos sin saber muy bien que hacer o que decir. No habían pasado ni dos horas de viaje cuando de pronto la puerta del vagón se abrió de par en par, el hombre que apareció por la puerta no tenía buen aspecto y claramente estaba muy enfermo.

En los primeros minutos nadie se acercó al hombre hasta que una joven más decidida le ofreció un vaso de agua, justo en ese momento el hombre comenzó a toser y no tos normal, salía sangre por su boca. La joven se quedó paralizada y con un salto se apartó para no verse envuelta en sangre. Una voz comenzó a hablar por la megafonía, les informaba que el hombre estaba contagiado con un virus capaz de matarlo en menos de 24 horas, al final del día y en la primera parada había un médico con la cura, pero casi con total seguridad había un 75 por ciento de posibilidades de que todas las personas del vagón también quedaran contagiadas.

Todo el mundo se quedó petrificado, nadie quería enfermar y mucho menos tose sangre por la boca así que después de 8 horas de viaje surgieron los primeros comentarios sobre las medidas a tomar. Fue un joven de pelo rubio y ojos saltones el que se atrevió a decir lo que todos estaban pensando. Propuso abrir las puertas del tren y tirar al hombre por ellas, nadie le conocía, nadie quería enfermar y lo que era más importante nadie les había dicho que al final del viaja también habría cura para ellos. ¿ Como podían saber si también les curarían a ellos o no?, era un riesgo demasiado grande. No tardaron mucho los demás en unirse al plan, se miraban y asentían con la cabeza. Gorka callaba, a su lado la joven rubia temblaba llorando por la impotencia de la situación.

Uno de los más fuertes abrió la puerta del tren, Gorka callaba, otro agarro al hombre por las piernas y comenzó a arrastrarlo por el vagón hacia la puerta, Gorka callaba, el rastro de sangre que salía de su boca caía por el suelo del vagón y dejaba a los demás jóvenes como zombis con la mirada perdida, pensando que era un sueño, que no podía estar pasando, Gorka callaba.

Un metro para llegar a la puerta, el hombre ya no parecía tal, solo era un problema que había que quitarse de encima y Gorka seguía callado sin decir nada.

No fue el quien grito, no fue el quien se puso en mitad de la puerta para impedir que lo tiraran, no fue el quien se enfrentó al resto del grupo, fue ella, Gorka se limitó a agarrar al hombre enfermo de la cabeza, apoyarlo contra sus manos y susurrarle al oído que no lo iban a dejar morir, que le llevaría hasta el final del viaje costara lo que costara.

Gorka no era un joven normal, a sus 16 años tenía el cuerpo de un gladiador, desde muy pequeño su padre le había inculcado el amor por el deporte y más concretamente por el boxeo, cuatro veces campeón juvenil nacional. Si algo sabia Gorka era defenderse y eso fue lo que hizo, lucho y lucho contra todos aquellos jóvenes enfurecidos hasta que sus nudillos sangraban tanto que salpicaban las paredes.

El tren paro, habían llegado a su destino, entraron los servicios sanitarios, pero no para atender al hombre enfermo sino a los jóvenes magullados que Gorka había dejado tirados en el suelo del vagón.

Todo había sido un juego, una prueba, no había premio, no había castigo, Gorka no comprendía nada, no sabía cuál había sido el objetivo de aquel viaje, hasta que ella lo miro.

Gorka vio en sus ojos, respeto, admiración, pero sobre todo agradecimiento y en ese mismo instante lo supo, supo que había actuado con humanidad, que había antepuesto la seguridad del hombre enfermo a la suya propia, que la prueba había sacado lo mejor de él y que esa decisión marcaría el resto de su vida.

Su destino estaba marcado y solo él era dueño del mismo.

-lan

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