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Iñigo Arrillaga

Pasó corriendo. Nadie lo había visto excepto Luis. En el pueblo de Sarón un hombre encapuchado acababa de raptar a un niño. Luis, viudo, había perdido a su hija por la misma razón y buscaba venganza. Era el mismo hombre con esa sonrisa tan extraño. Con lo único que se había quedado era con la matrícula de aquel coche. Luis no era ni agente de policía, ni militar ni nada por el estilo, sólo un pobre hombre dispuesto a vengar la muerte de su hija y de muchas otras. En aquel pueblo los policías eran unos corruptos y bárbaros. Así que Luis pensó que estos secuestros sólo los podía descubrir él y alguien más, la madre del niño secuestrado.

Tras meses de investigación Luis consiguió saber quién era la madre y donde vivía. Fue a la casa de la mujer que se llamaba Marta. Tocó el timbre pero nadie abrió, así que Luis se coló por la parte trasera. Había una mujer gritando y a la vez llorando y de pronto salió un hombre con una maleta y se fue. Luis se acercó a la mujer y está le dijo que iba a llamar a la policía. Luis la tranquilizó y le contó su historia y viceversa. El que se había ido era su marido que se había divorciado de Marta porque esta bebía y se drogaba. Su hijo era lo único que le quedaba y a Luis su hija. Así que llegaron a un acuerdo. Iban a descubrir el paradero del hombre y sacar a todos los niños además de encerrarle a él.

Le costó más de dos años descubrir la guarida de “Mike Lewis” el secuestrador. Cada día iban a la comisaría para intentar convencer a la policía del secuestro y a mirar qué coche era y el nombre del dueño. También iban a la biblioteca para conseguir más información. Los lunes y miércoles iban a clases de karate para utilizar las llaves en el momento adecuado y a clases de tiro. Luis dormía poco y tenía pesadillas con Mike. Se estaba acercando el día.

Luis y Marta se despertaron, desayunaron bien y se prepararon. Cogieron sus armas, unas cuerdas y un par de cuchillos. El viaje en coche duró dos horas, aburridas y largas. Allí estaban, delante suyo estaba la cueva, oscura y frívola. Sin decir nada, entraron. Después de estar quince minutos andando Luis se paró para descansar. Oyó un ruido en cuanto se dio la vuelta, Marta no estaba. Siguió corriendo. A medida que se acercaba se veía una luz. Cuando llegó había muchísimos niños y Marta atados con cuerdas y esparadrapos. Y con una sonrisa estaba su hija. Nunca había sentido nada parecido, la alegría que tenía no era capaz de explicar. Ya no importaba nada más ni aquel secuestrador tan malo volvería hacerle sufrir. Fue adónde ella y le dio un cálido abrazo, si tener en cuenta todo lo demás.

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