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  • Colegio Munabe

Alberto Garate

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Modalidad Relato breve

Título: Pacto de Sangre

Nombre del alumno: Alberto Garate

Edad: 14 años

Centro escolar: Munabe

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Ervigio, fiel amigo de la infancia del rey y uno de sus más aguerridos guerreros era empujado por los guardias del castillo hacia el trono de su señor, al que jamás desobedecería, Turismundo el implacable, así llamado por el terror que le tenían sus súbditos.

El reinado de Turismundo había sido muy tranquilo, no había sufrido más de dos batallas contra los reinos limítrofes, pero sus súbditos sufrían aún más que con su padre, el rey Teodoro I el portador de hambruna, pues había duplicado los impuestos, reclutaba soldados a partir de quince años y, como si eso fuera poco, su nueva ley de no poder hablar de él a no ser que fuera para adorarle tenía al reino muerto de miedo.

Ervigio cayó sobre las rodillas con un golpe del guardia. Su rostro era la viva imagen del terror, lágrimas resbalaban por su cara hasta cesar su lento movimiento en el mentón, que las dejaba precipitarse una a una e inundar la baldosa sobre la que caían.

—Majestad, este hombre ha osado jurar que lo mataría a las puertas del castillo—Comenzó Frederico, el consejero de Turismundo, un hombre frío y sin sentimientos—. Usted mismo decretó que esto sería penado con la muerte. Así pues, elija el castigo para este blasfemo.

Turismundo dudó unos instantes ¿Cómo podría matar a una de las pocas personas a la que quería y respetaba? Pero no podía vacilar ante semejante osadía. Alguien que amenazaba al rey debía morir.

—Mi fiel Ervigio, como osas retarme a mí, tu fiel amigo, al que juraste ante la Biblia lealtad y obediencia—Dijo Turismundo fingiendo firmeza e impasibilidad.

—Sabe usted, mi señor, que yo jamás le desobedecería, desde que jugábamos por el campo con espadas de madera hasta el día de hoy—respondió el aterrorizado Ervigio.

—Majestad, necesitamos un veredicto—Le apremió Frederico.

En ese momento el rey tuvo una gran idea. Todo se decidiría con un juego de azar , si salvar a un inocente o condenar a un culpable.

—Dios decidirá si mereces la vida o la muerte—sentenció.

Los guardias agarraron al condenado por los codos y lo levantaron, lo llevaron a las catacumbas del castillo y le encerraron en el calabozo. Era una habitación redonda, con un techo alto plagado de goteras e infestada de alimañas. Sería la última y peor noche que Ervigio pasaría en este mundo.

A la mañana siguiente los guardias, acompañados del verdugo, despertaron a Ervigio y lo ataron.

—Tu muerte está lista—rió el verdugo. Le escupió y se colocó una capucha negra.

Le pusieron un saco en la cabeza para que no viera nada y a empujones le llevaron hacia la plaza principal, donde se celebraban todas la ejecuciones. Ervigio subió a un estrado de madera. Toda la plaza se había preparado para esta condena especial. Una cuerda colgaba de una polea y a los lados dos pedestales de madera soportaban el enorme peso de dos piedras que pesarían lo del tamaño de un hombre fornido, cada una de estas estaba atada a una cuerda. La piedra de la derecha estaba unida a la polea, mientras que la de la izquierda se apoyaba en el estrado.

Colocaron el extremo de la cuerda alrededor del cuello de Ervigio y todos se alejaron. La gente estaba dividida, unos le animaban como si presenciaran una justa, pero otros le insultaban y le arrojaban piedras pequeñas. Todo el mundo calló cuando el rey se levanto de su trono sobre el estrado.

—Ervigio, hoy Dios decidirá si mereces morir o vivir—comenzó —. A tus lados hay piedras que pesan dos veces lo que tú. Elige una y el verdugo la empujara. Una caerá al suelo y mostrará tu inocencia, pero la otra…—. El rey paro de hablar unos instantes para pensar en las consecuencias que tendría matar a su amigo—. La otra elevará tu cuerpo y morirás .

—Mi señor…—era la decisión más importante que Ervigio había tomado o tomaría—. Mi señor, elijo la piedra de mi derecha.

Quienes le insultaban ahora reían y celebraban una muerte que nada tenía que ver con ellos, por otro lado la familia del guerrero lloraba y gritaba suplicando piedad. En este momento Ervigio supo que su final estaba cerca. El verdugo colocó las manos sobre la piedra y empujó, la piedra no se movía y la guardia se acercó a ayudar. La piedra callo atravesando las tablas de madera del suelo, el cuerpo del condenado se elevó y él tuvo que llevarse las manos al cuello. La cara del rey lo decía todo, su amigo no podía morir. Dio un salto de su trono, desenvainó su espada ceremonial y de un tajo corto la cuerda que martirizaba a Ervigio. El cuerpo del condenado callo de bruces al suelo y toda la plaza grito. El rey soltó la espada frente a él.

—Quitadle la capucha y ponedlo en pie—gritó el rey.

Le retiraron la capucha y le pusieron frente a su rey y salvador, quien no estaba seguro de lo que debía hacer ahora.

—Mi señor, sigo jurando que jamás le desobedecería—dijo agradecido Ervigio y se arrodilló ante su amigo.

Ervigio agarró el mango de la espada que Turismundo había usado para salvarle y sin mostrar compasión le atravesó el vientre con su punta. Turismundo esbozó un grito de dolor y callo frente a él de rodillas y llevándose las manos al abdomen.

—Te lo jure—le susurró al rey antes de sacar El Hierro de su ensangrentado estomago.

Se levanto y se fue ante la atónita mirada de los presentes hasta que un guardia le seccionó el cuello con su mandoble.

Carta de despedida a la mujer de Ervigio

Buenas días Flavia:

Hoy parto a cumplir una misión que el rey me encomendó hace mucho tiempo, no creo que me vuelvas a ver y quiero que sepas que te quiero y que jamás, vaya a donde vaya, dejare de echarte de menos.

Pronto se oirá mi nombre por todo el reino y quiero que cuentes a todos mi historia con el rey.

Un día cuando éramos jóvenes, Turismundo y yo jugábamos a ser nobles caballeros y yo le derroque en una apasionante lucha. Mi espada se dirigió a su gaznate y le dije que jamás lo heriría, pero él me contestó que si algún día sacrificaba a su pueblo como lo hacía su padre debía matarlo como un fiel amigo. Yo me arrodillé y le juré que lo haría.

Por esta razón hoy me dirijo al castillo de mi antiguo amigo. No puedo permitir que nadie más muera bajo su reinado.

Siempre tuyo

Ervigio

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